¡Qué pesaditas estáis las mujeres últimamente!

07 Marzo 2018

Con motivo de la celebración mañana, día 8 de marzo, del "Día Internacional de la Mujer", le pedimos a la Doctora en Veterinaria Elena Carretón Gómez, miembro del Grupo de Investigación de Medicina Veterinaria e Investigación Terapéutica de la ULPGC,  que contase en nuestro blog su experiencia como mujer investigadora y así lo hizo. Muchas gracias Elena por tu colaboración y por hacernos partícipes de tu experiencia, fiel reflejo de la situación de las mujeres investigadoras en nuestro país. Aquí está su testimonio:

¡Qué pesaditas estáis las mujeres últimamente!

Cuando terminé la carrera e inicié la búsqueda de empleo, mi primera entrevista de trabajo fue en el vestíbulo de un hotel en Bilbao. Sentada frente a un señor que no conocía de nada, su segunda o tercera pregunta fue “¿tienes intención de tener hijos?”. Tal como la hizo, me di cuenta de que toda mi formación y experiencia valían un pimiento, y que el puesto dependía de esta respuesta. Así fue mi inicio en la vida profesional.

Más adelante, trabajé como veterinaria de pequeños animales en varias clínicas, donde yo siempre era “la chica” y mi jefe “el veterinario”. Porque yo nunca me planteé en serio ser investigadora; la ciencia me gustaba mucho. Crecí jugando con “Micronova” o “Inventar es Divertido” pero ¿investigar? eso era cosa de señores mayores con cara de mala leche. Para colmo, la única científica que conocía murió por culpa de sus investigaciones (se incidía mucho en esto, como diciendo “cómo se le ocurre meterse en esos berenjenales”). Y para rematar, los divulgadores científicos de aquella época eran señores: Félix Rodríguez de La Fuente, Carl Sagan, Jacques Costeau o David Attenborough. Muy majos todos, pero señores.

Pensando que no me la iban a dar y un poco por compromiso, pedí una beca de investigación para hacer la tesis. Pero me la concedieron, así que entré a investigar como el que entra a robar a un supermercado, intentando que no me pillaran. Muchos estudios demuestran que, desde pequeñas, las niñas creen que sus logros son debidos a su trabajo, esfuerzo y dedicación, pero no a sus aptitudes, y creen que sus compañeros son más inteligentes que ellas. De adultos, esta idea persiste y mientras el éxito de un hombre se atribuye a su habilidad, al éxito de una mujer se le da poca importancia y se atribuye a otros factores incluyendo la discriminación positiva. Y así es como la mayoría de las mujeres entramos en este mundo, de puntillas para no molestar.

Durante mi etapa predoctoral, trabajé rodeada de compañeras y compañeros de otros laboratorios que también estaban preparando la tesis. La mayoría eran mujeres, brillantes y trabajadoras. Sin embargo, hoy en día muy pocas de ellas continúan en la investigación mientras que la mayoría de los hombres viven (o malviven) como investigadores, aunque sea en otros centros y otros países.

Porque la investigación es una profesión muy dura, tanto para mujeres como para hombres. Y no es que las mujeres no queramos estar en ciencia, ni que se nos dé peor, sino que se nos dificulta entrar y permanecer en ella. La ciencia todavía es cosa de hombres, y está demostrado con estudios objetivos. Ellos salen en los medios de comunicación (74% de las noticias o fotos de periódico son hombres); ellos reciben más ofertas para ser evaluadores, ponentes en seminarios y conferencias remuneradas o participar en comités; ellos reciben más financiación por proyectos. Se rechazan artículos de mujeres con mayor frecuencia y a ellas se las evalúa con mayor dureza. Con el mismo Curriculum investigador, los hombres son juzgados más competentes, reciben más ofertas de trabajo y cobran más. Hay cientos de estudios y todos resumen que, a misma calidad y relevancia, el trabajo de las científicas se valora menos.

Como consecuencia, las mujeres tienen que trabajar más para obtener el mismo reconocimiento. Si a los hombres se les juzga también en base a su potencial, nosotras tenemos que demostrarlo continuamente. Y todo esto afecta a las decisiones que tomamos con respecto a nuestra trayectoria profesional.

A esto se suma que la familia todavía requiere mucha más implicación por parte de la mujer que del hombre, y llega un momento en el que la investigadora tiene que elegir entre la carrera científica y la familiar porque si bajas la productividad estás fuera. Aunque esto se puede plantear como una opción personal, en realidad se obliga a elegir ante la imposibilidad de conciliar. Por ello, seis de cada diez mujeres renuncian a su carrera por ser madres y mientras que una mujer con hijos es un problema, un hombre con hijos es percibido como alguien que tiene una familia que mantener y tiene mayor probabilidad de ascender.

Por esto no sorprende que, tras leer la tesis, muchas mujeres abandonen la ciencia. Y quizá por ello que, a pesar de que Veterinaria es una carrera eminentemente femenina desde hace muchos años, sólo el 30% del profesorado estable de esta Facultad son mujeres. Y a medida que aumenta la categoría científica va disminuyendo su presencia.

Yo estoy contenta en mi trabajo y me siento valorada por la gente. Sin embargo, en otros ambientes científicos y académicos he experimentado actitudes paternalistas, condescendientes y machistas, en su mayoría por hombres. He recibido palmaditas porque “no sé nada de la vida”, he escuchado a ilustres catedráticos berrear rimas de obrero sin pudor y para algunos he sido “la becaria” con el mismo tono que cuando era “la chica” en la clínica veterinaria. Y ahora escucho “Qué pesaditas estáis las mujeres últimamente”.

No sirve la excusa de que estamos esperando el relevo generacional. El número de científicas españolas solo ha variado unas décimas en 10 años. Ese techo de cristal está ahí, encubierto por desigualdades de género, en su mayoría difíciles de cuantificar y percibir, pero que dificultan el acceso de la mujer a la carrera científica y a los puestos de poder donde se deciden las políticas científicas. Por ello, tenemos que exigir a las instituciones la implementación de políticas reales de conciliación de la vida profesional con la familiar, y medidas encaminadas a vencer los prejuicios sociales por los que las mujeres parezcan menos aptas para ser científicas, así como aumentar la presencia femenina en jurados y paneles de evaluación. Por esto, la huelga del 8M es necesaria.

No se crean que la pregunta que me hicieron en mi primera entrevista de trabajo fue algo anecdótico. Siendo Doctora, envié mi Curriculum a una universidad privada. Tras alabar mis méritos profesionales éstas fueron las únicas preguntas que me hicieron: “¿qué edad tienes?”, “¿estás casada?”, “¿tienes hijos?”.

Autora: Elena Carretón Gómez

Perfil docente e investigador de Elena Carretón Gómez

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